miércoles, 6 de junio de 2012

Política y libertad

Creo que una de las características principales de la filosofía moderna, tal como la entendemos, es la de iluminar los espacios del pensamiento que están escondidos por la intuición. Más que encontrar los principios de todo lo concerniente al humano en cuanto tal, la filosofía encuentra las tensiones que hay entre los conceptos que usamos. Estas tensiones generan una relación binaria y continua entre dos polos y, por tanto, el terrible efecto de una imposible conciliación entre las partes. Me explico: hay una clara tensión entre el interés individual y el interés colectivo, entre el escepticismo y las convicciones férreas, y entre la política y la libertad. Al elegir uno de los dos extremos, irremediablemente se está renunciando al otro. Pero es claro que estos polos no son antónimos –como lo serían una clara distinción entre el bien y el mal–, ni se pueden medir en términos utilitarios; más bien se trata de decisiones tomadas en contextos contingentes y locales que impiden la resolución de cualquier verdad. 

Todo esto conforma la manera en la que entendemos la vida pública en las sociedades modernas: nuestra historia se remite únicamente a un péndulo que oscila en polos ya muy bien delimitados y predecibles. Las elecciones dentro de una democracia son el mejor ejemplo de esto: en ellas se elige entre Izquierda y Derecha y sus un tanto absurdos derivados: Centro-Izquierda, Centro-Derecha, etc. Las decisiones tomadas en una democracia liberal no son sino decisiones poco comprometedoras, que únicamente atienden a la medianía de un horizonte temporal finito (los periodos de elecciones). El mensaje es claro: los excesos son el mayor peligro para el liberalismo, la medianía es la verdad más cercana y certera que tenemos; y, más importante aún, hay que renunciar a cualquier idea totalizante. 

En efecto, me parece que las tensiones (estos trade-offs que tenemos) son el principio mismo del pensamiento moderno. Lo que caracteriza a los modernos es el despertar de una conciencia que se revela en interacción con la realidad, una especie de empirismo que no habla ya de pensamientos que intentan negar la realidad a través de un orden etéreo y teleológico sino que intentan explicarla a través de sí misma. El pensamiento moderno, profundamente liberal, es tan terrenal que carece de sentido, pedirle que tenga un espíritu es tan difícil como pedirle a un cojo que baile. 

Si es que se pudiera hablar de un espíritu liberal éste se expresaría en la medida en la que tiene un enemigo a vencer, llámese Antiguo Régimen o tradición. Pero conforme el liberalismo se convierte en tradición en sí mismo, los problemas no se desvanecen sino se explicitan. En pocas palabras, el liberalismo denota las mismas limitaciones humanas, las hace explícitas, pero no procura enmendarlas. Más bien juega con su capacidad de transformación, muta como quien cambia de moda en distintas temporadas, siempre teniendo la certeza de que habrá un mañana. 

¿Qué necesidad hay de tener verdades cuando sabemos que el mundo siempre estará ahí? Esos asuntos se pueden dejar para después. El liberalismo se formuló únicamente con la intención de hacer este mundo habitable, rezagando la búsqueda de la verdad o delegándola a un ámbito meramente individual. La verdad se vuelve algo que en sí mismo se nulifica: no puede superar al individuo, necesariamente se remite al ámbito subjetivo. Los grandes proyectos se esterilizan ante el escepticismo, un proyecto que unifique a una gran masa de voces necesariamente es un proyecto que carece de las propiedades más primarias de la lógica. Por eso es que tal vez el despertar de la conciencia liberal trajo consigo desastres imprevistos para la sociedad: la despolitización de ésta. 

El proyecto de la Ilustración tuvo como uno de sus objetivos centrales el establecimiento de una sociedad fundada en la razón, dejando todo lo que no fuera ésta alejada del espacio público. Nada más racional que el individuo que se conoce a sí mismo, nada más racional que las personas que actúan conforme a su interés. Al final, la principal traba a la acción recayó en el reconocimiento del otro; que el otro es su igual, y en esencia tiene las mismas capacidades que uno. Pero la sociedad no es más que la suma de unos y otros, no existe un nosotros en cuanto al hacer sino únicamente en cuanto al ser. En el otro no se reconoce la posibilidad de actuar sino el límite de la acción. La acción conjunta es la gran excepción a la regla, la que desdibuja la supuesta tensión perpetua que hay entre el individuo y la sociedad. 

La política de hoy no es el común denominador, únicamente es el espacio donde acontece el pequeño pulsar de lo irracional. Y lo irracional es donde queda vida dentro de todo el aparato institucional, donde las cosas todavía no están predichas. Los bordes de la acción son claramente delimitados por lo racional, lo irracional es lo que mueve el péndulo de la historia dentro de manifestaciones contingentes y esporádicas pero que nunca superan los límites impuestos por el pensamiento racional. La irracionalidad es la política latente que se manifiesta como un ligero pulsar y que da la impresión de que hay democracia y deliberación. Pero el gran victorioso de la historia no es aquél que ganó unas cuantas batallas sino el que ganó la guerra, y viendo el cuadro completo no es otro sino el liberalismo. 

Al final me parece que la única salida ante este panorama desolador yace en la esperanza de estar atorados no en el lodazal del fin de la historia, sino en una pequeña contingencia que nos impide ver el amplio horizonte que nos espera al llegar. Las tensiones conceptuales no son tensiones eternas sino subproductos de la modernidad (o eso esperamos), superarlas necesariamente requiere de la superación de la modernidad. Resulta curioso ver que no existe receta alguna para curar nuestro mal, por lo menos no en la manera en la cual pensamos la realidad. Habrá que estar dispuestos a aceptar un poco de lo impredecible y lo irracional como parte del ser humano para que tal reivindicación se lleve a cabo, y, para que al final, encontremos que en la política yace la libertad.

1 comentario:

  1. "El liberalismo se formuló únicamente con la intención de hacer este mundo habitable, rezagando la búsqueda de la verdad o delegándola a un ámbito meramente individual."
    No soy experta en estos temas, pero lo has descrito tan claro, tan transparente, que me quedé leyendo todo el blog.
    Felicidades!

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