jueves, 8 de marzo de 2012

La razón del siglo XX

<<Les dejo una mini-reflexión, producto de una lectura incompleta de un libro de Finkielkraut para una clase de filosfía. Espero que puedan comentar algo.>>

El siglo XX heredó las remanencias de una epistemología en desencanto, esa que llegó como consecuencia de la modernidad ya tardía en el continente europeo, y que tantos benefactores le había proveído. El siglo XX inauguró la posibilidad de vivir en un mundo deseable sin la presencia de Dios, pero no le tomó muchos años derrumbar esa esperanza. Con el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914 y las enormes catástrofes que ocasionó, se volvió evidente que los recursos que provee la razón no son suficientes para formar un mundo justo. Todo lo contrario, el nuevo enemigo de la justicia se encuentra del lado más perverso de la razón. Ésta se degradó de manera brutal, tanto que se impregnó del mismo dogmatismo que tanto le criticaba a la tradición y se volvió en no más que un instrumento. Acorazándose en sí misma, en su nombre se justificaron múltiples atrocidades.
“Locura tanto más loca y tanto más enloquecedora cuanto que, de ningún modo, es ajena al mundo de la razón” escribe Finkielkraut. No bastó con separar  lo racional de lo irracional, la modernidad hizo una última separación que delegó la moral a un sustrato sin valor alguno. La racionalidad instrumental llevó al hombre a creer que cualquier cosa era válida, que una verdad es impuesta por la fuerza, y que la realidad es transmutable por medio de la voluntad. No sorprende entonces, la cantidad de golpes de estado, de totalitarismos y de represión que hubo en el siglo XX. Ya no se trataba de aceptar de manera pragmática la posible no existencia de un Dios o de una naturaleza humana, se trataba de transformar ésta última a goce y ventaja de quien la pudiera transformar.
Y entonces es eso, es el vacío de la moral que se halla todavía en la época contemporánea por la inexistencia de Dios, o una naturaleza. Ahora es el hombre el que manipula la naturaleza y le da sentido a su misma existencia. Nada más perverso, la humanidad es un caparazón vacío que puede ser llenado con cualquier tipo de sustancia. Resulta curioso ver que la etapa de mayor bienestar e ilustración conocida hasta ahora – el progreso sigue vigente, hasta cierto punto – está constantemente amenazada por la posibilidad de un demagogo, un perverso, que puede amenazar con el ideal un tanto iluso de la democracia y el pluralismo. Es la sociedad que constantemente tiene que luchar contra el poder acumulado, pero que, sin querer, se ha vuelto tierra fértil de su propia enfermedad.