El liberalismo es la política del pensamiento suave,
la deliberación y el diálogo que se dan en el ambiente civilizado. La
atomización del poder, el paradigma liberal por excelencia, se volvió tanto un
canon que terminó esterilizando a la política. De hecho, para algunos autores,
el liberalismo no es política sino su
postura antitética. Ese el caso de Carl Schmitt, que encontraba en esta
tradición un cáncer discursivo ya bastante desperdigado por todo el mundo
modernizado: el paradigma de la tolerancia. Lo que él veía en ese entonces no
era política sino escenarios en los cuales la discusión y la negociación
suplieron –y hasta hoy suplen – el estado de verdadera deliberación que propone
la naturaleza de la política.
Si bien la política es un concepto difícil de definir,
su naturaleza yace en un eje de conflicto: la perenne dicotomía entre amigo y enemigo.
Detrás de toda discusión se encuentra la posibilidad de guerra y la necesidad
de dominación, la política en sí requiere de una imposición entre los grupos,
de los que son amigos entre sí contra los que son sus enemigos.
Es por eso que en el liberalismo reside un panorama
desolador. A los ojos de Schmitt lo que se hace en las sociedades modernas,
particularmente en los parlamentos como depositarios de la soberanía nacional,
no es política sino una caricaturización de ésta. En los espacios de deliberación
no se encuentra la capacidad de tomar decisiones sino de discutir con
escepticismo las posturas sobre los problemas, posturas que pueden cambiar en
caso de que el legislador lo requiera. La posibilidad de encontrar una verdad
está vedada por los mismos esquemas deliberativos: la discusión es infinita, la
negociación es meramente una transacción, y la política es
inofensiva.
Creo
que lo que se halla detrás del discurso de Schmitt es una señal de advertencia.
Detrás de la política tal como él la ve no se encuentra únicamente la voluntad
de poder de un grupo (entendida en un sentido nietzscheano), también se
encuentra la necesidad ontológica de darle sentido a nuestra existencia. La
posibilidad de guerra en una discusión, en una democracia, es un principio que
le otorga al ser humano la capacidad de auto realizarse. Esa emergencia es la
que el liberalismo intenta soslayar y dejar en la medianía. A los ojos de
Schmitt, la consecuencia es que tenemos un Estado donde se diluyen las
diferencias sin capacidad alguna de tener grandes proyectos unificadores. Es la
política del pensamiento suave, la política que no se toma en serio, la política sin política.