jueves, 27 de octubre de 2011

El sacro terrorismo

<<Yo no quería sacar un blog, me parecía algo un poco absurdo --además de pretencioso. Pero ahora que por fín salió la tercera edición de El Globalista, me han chuleado mucho este artículo, y lo quería compartir. Me gustaría que la gente lo leyera y me dijera qué piensa. Afortunadamente esto del anonimato se da muy bien en el internet, así que espero gustozamente las ácidas críticas y las mentadas de madre. Disfruten.>>


En marzo de 2010 rebeldes chechenos que conforman el grupo terrorista Emiratos Islámicos del Cáucaso se adjudicaron la responsabilidad por dos ataques suicidas con bombas que dejaron 39 muertos en el metro de Moscú y amenazaron con más atentados en el territorio ruso. El líder, Umarov, declaró que ordenó los ataques para “destruir a los infieles” y para vengar políticas de Putin en el norte del Cáucaso. Ese mismo mes, en España, la asociación comunista Askatu empezó a organizar una movilización pública en homenaje a los presuntos miembros de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, autores del asesinato del entonces senador Enrique Casas, en 1984. Ésta no dejó de ser controvertida, por ser un acto que supuestamente promovía el terrorismo y recordaba a estos actores como héroes. Al año siguiente (abril de 2011), en Irlanda, el católico irlandés Ronan Kerr fue asesinado afuera de su casa por un coche bomba, a las pocas semanas de haberse graduado de la academia de policías. Los expertos creen  que este acto fue obra de una de las tantas variantes del extinto grupo republicano y separatista IRA, que buscaba evitar que más católicos se unieran a las fuerzas policiales.

¿Qué tienen en común estos tres eventos? Claramente son o están relacionados con actos terroristas. Sin embargo, mientras el primero es en nombre de una religión, el segundo toca temas tan seculares como el comunismo, y el tercero es una mezcla heterodoxa de las dos. Los tres eventos anteriores demuestran no solamente las dimensiones globales que ha alcanzado el terrorismo, sino el papel central y dirigente que juega la ideología en las organizaciones terroristas. Y es que el plano de las ideas es fundamental para el funcionamiento de estos grupos antisistémicos, a tal grado que es difícil llamarlas simplemente “ideas”. Hay una fuerza detrás de toda organización que supera la temporalidad a la que están sujetos todos los actores y sus acciones. Pero una doctrina por sí misma no explica la fuerte motivación que impulsa a las personas a operar acorde a un grupo terrorista; ya no se trata sólo de una manera de entender el mundo sino de algo que los convence de actuar férreamente conforme a su verdad. Son acciones que tradicionalmente se le adjudicarían más a una religión extremista que a una ideología.

Es bien conocido que la relación que hay entre religión y terrorismo es bastante más compleja de lo que se cree a primera vista; primero, porque es claro que no todas las religiones son causantes (directa o indirectamente) de las acciones de violencia; y, segundo, porque hay grupos terroristas que no obedecen a sectas religiosas o a un imperativo que venga de ellas. Cierto, no hay una relación causal ni mucho menos excluyente entre estas dos variables, pero eso no significa que la primera no influya de ningún modo a la segunda. La manera en la cual gran parte de los radicalismos ideológicos actuales se manifiestan (en rituales, costumbres y objetivos) es copia fiel de algunas de las religiones más influyentes en el mundo. 

Conviene retomar el concepto de “religiones seculares” del cual hablaba Raymond Aron para poder hablar de este fenómeno. Estas religiones pueden ser vistas como tales a partir de una útil expansión de la semántica tradicional de dicho concepto. Esta expansión implica un cambio en las fuentes y en los objetivos: ya no son sólo las organizaciones consideradas “sacras” las que determinan el contenido de alguna religión; también los grupos laicos pueden hacerlo. Asimismo, los objetivos ya no (o al menos no solamente) abarcan aspiraciones trascendentales, sino ideales mundanos con un fuerte y emocional sentido orientador, que si bien terrenales, no dejan de ser sacralizados (esta última característica sería la diferencia entre religiones seculares, y meras ideologías). Este proceso de sacralización es en sumo importante para entender la legitimación de las acciones radicales propias del terrorismo.

Estas religiones se dan en un Estado laico y cumplen muchas de las funciones anteriormente exclusivas de las religiones premodernas. En este contexto, el modelo original de las religiones tradicionales no da ya respuesta a las demandas de salvación que derivan del anhelo de inmortalidad. Surge así toda una serie de nuevas formas de religión o de religiones seculares a través de las que se quiere alcanzar la salvación en un horizonte terrenal. Por poner un ejemplo, en lugar de catolicismo tenemos el nacionalismo, cuyo fin emancipador ya no es llegar al cielo sino obtener la independencia o el esplendor de la nación. Dentro de esta categoría también se encuentran el monarquismo del Antiguo Régimen, el nazismo, el anarquismo y el comunismo. Son religiones políticas que presentan argumentos terrenales que son sacralizados e impuestos como máximas. Es común llamar a este fenómeno la “transferencia de la sacralidad”.

Aron pretende establecer que la religión no es un fenómeno que esté necesariamente ligado a concepciones místicas y sobrehumanas. Este concepto estaría más bien relacionado con ciertas funciones sociales: cohesión, identidad, un objetivo común y sacralizado que busca la emancipación, y demás. En este sentido suceden dos cosas: primero, las mismas religiones seculares dejan de ser manifestaciones alternativas del culto social para volverse igualmente válidas que las religiones tradicionales; y segundo, las relaciones entre cultos seculares y tradicionales deja de ser totalmente excluyente  (uno puede ser católico y separatista a la vez, lo que explicaría el caso de IRA).

Más importante aún, el establecer la religión como una categoría más amplia nos permite ver que, si bien ésta no es causa de la formación de grupos terroristas, sí es condición necesaria para que estos legitimen y mantengan su organización por lo menos hasta que alcancen su sacro objetivo. (Por supuesto, habría que ver casos especiales de los grupos terroristas cuyos fines nada tienen que ver con una ideología pero sí con las remuneraciones materiales que éstos obtienen, como es el terrorismo de Estado o del crimen organizado.)

Aun así no debe de creerse que todas las religiones actúan de la misma manera dentro de las organizaciones. Mientras que los grupos terroristas islámicos consideran la violencia como un medio legítimo para alcanzar la victoria, ciertas manifestaciones del comunismo consideran a ésta como una vía que se justifica por la necesidad de alcanzar el objetivo. Esto nos lleva a pensar que, por tener su origen en un contexto común (el Estado laico), es más fácil encontrar similitudes entre las religiones seculares que entre las tradicionales, que sí se dieron en distintas épocas y lugares.

Una de las consecuencias que acarrean los fundamentos doctrinales de las religiones seculares es que dividen a la sociedad entre el “nosotros” y el “ellos”, los de afuera y los de adentro, los buenos y los malos; todo en función de los que aspiran al sacro objetivo y los que no. Pero esta naturaleza fundamentalista se escapa a simple vista, ya que el núcleo principal que forma a la doctrina secular está formado por argumentos positivos y razonables, por lo cual es muy difícil determinar los supuestos religiosos. Justo por eso no hay que creer que este tipo de cultos sólo se dan en la periferia del sistema o por la presencia de una ideología radical. Otras manifestaciones, como el libre mercado, la separación Iglesia-Estado, incluso el mismo ateísmo, tienen la posibilidad de ser sacralizadas por un grupo de seguidores.

¿Qué queda entonces, si cualquier postura, por muy racional que sea, puede terminar en el dogmatismo y la intransigencia? Para contestar a esta pregunta conviene de nuevo regresar al buen Raymond Aron. Ferviente crítico del comunismo marxista, al que llamaba el opio de los intelectuales por presentar la atractiva idea de una solución holística a todos los problemas sociales a través de la revolución proletaria, proponía una renuncia al dogmatismo característico de esta corriente. Dentro de esta propuesta se esconde el escepticismo como mecanismo de defensa ante los discursos que parecen totalizar una verdad. Aron comprendía que la sabiduría política descansaba en la capacidad de escoger el mejor curso de acción aun cuando el óptimo no estuviera disponible; su crítica nos es útil ya que es válida para todas las religiones.

Es claro que el terrorismo refleja la imposibilidad de la democracia moderna de satisfacer todas las demandas dentro de una sociedad, pero la manera en la que los grupos terroristas actúan es en sí contradictoria a los fines que impone su misma religión. Aquellos que abogan por la libertad de su pueblo terminan atacando a su misma gente. El camino que nos propone Aron es entonces el de la institucionalidad y la reforma en lugar de la violencia y la revolución. Esta idea no es quimérica, ni carece de precedentes; la reciente desaparición del famoso grupo terrorista ETA y el consecuente proyecto partidista SORTU, cuyas intenciones son las de mediar con las demandas del País Vasco, son pruebas de ello. Desafortunadamente, éste parece ser un proceso que toma tiempo; es difícil creer que el terrorismo como lo conocemos vaya a desaparecer en un futuro cercano. Habrá que esperar a que arribe la sensatez. El camino hacia una sociedad pacífica y abierta al dialogo será cuestión de que las partes logren dejar atrás sus supuestos de verdad irrevocable y se pongan a mediar acerca de lo deseable en la medida de lo posible, no lo que siempre, y a priori, debe de ser en condiciones perfectas.